El consejo de un experto de Harvard basado en Aristóteles para alcanzar la verdadera felicidad

Arthur C. Brooks retoma una antigua enseñanza del filósofo griego y asegura que la felicidad no se persigue, sino que se cultiva a través de hábitos virtuosos y gestos cotidianos. La clave está en vivir bien, no en buscar sin descanso.

Vivimos rodeados de fórmulas para alcanzar la felicidad: libros, gurús digitales, charlas motivacionales y videos virales nos prometen claves infalibles para lograr una vida plena. Sin embargo, y pese a tanta teoría, la felicidad sigue siendo una meta esquiva para la mayoría. Es justamente esa contradicción la que despertó el interés del profesor de Harvard Arthur C. Brooks, quien propone volver la mirada hacia el pasado para encontrar una respuesta.

Brooks, referente en temas de bienestar y desarrollo personal, sostiene que la verdadera felicidad no llega por acumulación de logros, sino como consecuencia natural de "vivir bien". Una idea que, lejos de ser moderna, tiene más de dos milenios: fue Aristóteles quien primero la formuló en su filosofía.

LA FELICIDAD COMO EFECTO, NO COMO OBJETIVO

En su boletín El arte y la ciencia de la felicidad, Brooks retoma esta visión clásica. Para el pensador griego, la felicidad no era un premio externo ni un destino final, sino el resultado de una vida basada en virtudes. Brooks coincide: afirma que no se trata de perseguir la felicidad, sino de crear las condiciones para que surja de forma espontánea.

Estas condiciones, según el profesor, se construyen con hábitos cotidianos que reflejan valores como la generosidad, la templanza, el coraje y la gratitud. No garantizan una vida sin días difíciles, pero sí permiten atravesarlos con más fortaleza. "Sin infelicidad, no podríamos crecer ni generar ideas nuevas", afirma Brooks, quien invita a entender las emociones negativas como señales, no como enemigos.

EL PODER DE LOS GESTOS SIMPLES Y CONSCIENTES

Para Brooks, el secreto está en los pequeños actos diarios hechos con intención y afecto. Preparar una comida con amor, escuchar con atención, agradecer sin motivo aparente: esos gestos simples, bien ejecutados, son capaces de crear una esperanza realista y dar sentido a la vida, incluso en momentos inciertos.

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