Desarrollo infantil: cinco señales de alerta que no debemos ignorar
Una especialista en estimulación temprana explica cuándo es momento de observar con atención, confiar en la intuición y consultar a un profesional.
Uno de los mayores interrogantes que atraviesan madres y padres tiene que ver con el desarrollo de sus hijos. ¿Lo que hace es normal? ¿Debería preocuparme? Aunque cada niño sigue su propio ritmo, existen señales de alerta temprana en el desarrollo infantil que conviene no pasar por alto. Así lo plantea Melina González Paulos, licenciada en Estimulación Temprana y terapeuta materno infantil, quien aclara que más que comparar, lo fundamental es observar con atención amorosa y confiar en la propia intuición.
Desde muy pequeños, los niños buscan el contacto con el otro. Si un bebé no sostiene la mirada, no responde a su nombre hacia los 9 meses o parece indiferente a las personas que lo rodean, conviene prestar atención. Lo mismo si hacia los 18 o 24 meses no muestra interés por compartir objetos, mirar lo que otro señala o relacionarse con otros niños. Estas dificultades en la interacción social y el contacto visual no deben ignorarse. Otro punto central es la intención comunicativa: más allá de cuántas palabras dice un niño, lo importante es su deseo de comunicarse. Si no señala lo que quiere, no intenta imitar gestos o sonidos, no te mira para compartir algo o directamente pierde habilidades que antes tenía (como balbucear o usar palabras), es una razón para consultar.
El juego también revela mucho. Si el niño repite siempre las mismas acciones con los mismos objetos, alinea juguetes de manera obsesiva, no se involucra en juegos simbólicos (como hacer de cuenta que un plátano es un teléfono) o muestra movimientos corporales sin propósito aparente, como aleteo de manos o balanceos, es importante mencionarlo al pediatra. En cuanto a lo motor, la motricidad gruesa y fina también debe ser observada con atención. Si un bebé no sostiene la cabeza a los 3 meses, no se sienta solo a los 9, no gatea o no camina a los 18 meses, o si un niño de tres años tiene muchas dificultades para tomar un lápiz, abotonarse o usar tijeras, conviene evaluar si el entorno le permite explorar o si hay alguna dificultad a atender. En todos los casos, un ambiente que favorezca el movimiento libre y el juego autónomo es clave.
Finalmente, hay que observar posibles reacciones sensoriales inusuales: niños que reaccionan de manera muy intensa o casi nula a sonidos, texturas o luces, que tienen una selectividad alimentaria extrema o que no logran establecer patrones de sueño estables, podrían requerir el acompañamiento de un profesional.
La gran pregunta es cuándo consultar. La respuesta es clara: cuando hay algo que inquieta, cuando el instinto dice que algo no está bien, aunque otros minimicen el tema. Consultar no es exagerar, es cuidar. A veces, una simple evaluación profesional basta para llevar tranquilidad; otras veces, una intervención temprana puede cambiar el rumbo. No se trata de poner etiquetas, sino de ofrecer herramientas a tiempo. Si hay varias señales presentes o la preocupación se sostiene en el tiempo, lo indicado es acudir al pediatra o a un especialista en desarrollo infantil como un estimulador temprano, psicopedagogo o neurólogo infantil. Muchas veces, lo más efectivo es una mirada interdisciplinaria que contemple al niño de forma integral.